viernes, 8 de junio de 2012

          

             Con todo este conglomerado de emociones, pasiones  y deseos, fueron pasando los años, pasé la pubertad  y me convertí  en una adulta joven, que siendo mas consciente de la realidad, aún había dudas y recelos dentro de mí.



               Fui olvidando poco a poco el Rosario, las Novenas y las Ave María, todo me parecía mucho mas fácil y para que nadie me inculcase miedo de nuevo sobre el lugar que ocuparía mi alma cuando muriese, opté  por detenerme lo menos posible ante un confesionario y si mis oraciones por la noche perduraban era porque en el fondo de mi corazón latía un cierto temor  que yo durante el día acallaba distrayendo mi atención con la tarea que tenia asignada, o simplemente con algún que otro rato de ocio.



                Con el paso de los años me iba sintiendo cada vez mas  tranquila y confiada, me casé y tuve un hijo, como es natural continué con la ya  añeja tradición del bautizo y  unos años mas tarde su Primera Comunión, que a mí me pareció un poco parecido  a la mía, pues mi hijo, al igual que yo aquel día, estaba inquieto y distraído. Me pareció que su pensamiento no estaba precisamente al lado del sacerdote escuchando sus sabias palabras.  Pensé que lo mejor para mi hijo era que cualquier día podía tener una conversación con el y aclararle ciertos puntos de nuestras creencias  que, al parecer, no tenia demasiado claras y yo, como madre que era, tenia el deber de aclarárselo todo lo que pudiese.

                 Estas cosas son muy serias y hay que ser consciente cuando se toma la decisión de abrazar algún sacramento. Todo esto iba pasando por mi mente como un pensamiento rápido y continuo y cuando atraje mi atención  de nuevo al lugar donde estaba, me di  cuenta de que la ceremonia había concluido, mi hijo había comulgado y yo había hecho lo mismo, todo como una autómata, solamente guiada por la fuerza de la costumbre.  Sentí pena por mi y por todos los que estuviesen en mi misma situación.



                  Estaba allí sin estar, tomaba la Eucaristía sin prestarle atención y lo que era mas grave todavía ,no sentía emoción alguna al pensar en el infierno, lo veía como algo lejano e inalcanzable y era consciente de que cuanto más mayor era, si todo seguía su cauce lógico, más cerca estaba de la muerte.  Toda esta meditación la perdí rápidamente al seguir el desarrollo lógico de los acontecimientos, con las felicitaciones al niño y a mí pronto olvidé los problemas de mi conciencia y me dejé arrastrar por el raciocinio que  encauza nuestras vidas terrenas, tenia otras cosas más importantes en que pensar, había que disponer el banquete y yo como ama de casa estaba obligada  a prestar mi colaboración  para  la buena realización de todo.

                     Mi salud  estaba algo resentida, me tenían en tratamiento medico en Madrid, donde tenia que ir periódicamente para realizar unas pruebas y así determinar si me encontraba mejor o por el contrario  tenían que cambiar las medicinas  según el curso de la enfermedad.



                     Un día después del almuerzo estaba hablando con mi marido, me encontraba bien  y era un día alegre para nosotros, nos apeteció un café y me levante del asiento  para ir a buscarlo, en la cocina me sentí fatal, el estomago se me revolvió y sentí náuseas, me marche rápidamente al baño y cuando llegue allí no tuve fuerzas ni para pedir ayuda, todo se nublo ante mis ojos y sentí como perdía poco a poco la conciencia de lo que tenia a mi alrededor.



                   Ante mi tardanza, mi marido se dio cuenta que algo anormal me  sucedía, fue en mi busca y me encontró de esta guisa en el baño, me cogió y como pudo me traslado al cuarto más próximo, me tumbo en un sofá  y trataba de reanimarme como podía, yo me sentía morir y se lo dije, cerré mis ojos pues ya no veía y procure decir la oración que mejor  nos  sabemos los cristianos, sí,  rece el Padre Nuestro pero no lo pude terminar. De pronto, sin saber como ni cuando ocurrió me vi en el techo de la habitación, estaba viendo mi propio cuerpo en el sofá y a un hombre a  su lado que lo sacudía  desesperado  tratando de reanimarlo,  ese cuerpo no era yo, era mi  “vestido”  que por lo visto ya no me servía y me desprendí de el, todo fue tan rápido que no sé en que preciso momento me separe del “vestido” pero si fui consciente que allí arriba donde me encontraba, el techo no era techo, las paredes no eran paredes,  pues yo todo lo atravesaba y todo lo veía, no tenia ninguna limitación y ante tal desconocimiento de lo desconocido grite horrorizada y mi voz no se podía  escuchar.



                   Aquel  hombre que a mí no me importaba nada y que seguía al lado del que fue mi cuerpo  no podía oír mis gritos.                                      



                   Continuará................




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