viernes, 4 de julio de 2014


       Los sentimientos, como trasunto de las vivencias, se hacen más selectivos en la madurez y no alteran los ánimos, se adaptan a las circunstancias y los intereses personales, siempre en consecuencia del mantenimiento familiar unido. 



        Mientras la familia siga unida por los afectos, el empobrecimiento afectivo no se manifiesta ni existe; la experiencia de la vida, conectada con la condición afectiva psíquica, se hace patente con la capacidad de aprehender lo real, autentico y verdadero de la vida, unidos por el autentico amor que los miembros de la familia se procesan entre si, apartándose de lo trivial y transitorio que solo conduce al conflicto y a veces a comportamientos patológicos.



     La profundidad y constancia, del amor a lo filial, y a menudo silencioso de los sentimientos, hace que se adquieran matices muy marcados en condescendencia y paciencia, llevando la vitalidad a decaer en grados, y dando lugar a la aparición de situaciones somáticas que se muestran como un remedio a la presión ejercida por las interrelaciones familiares y que conducen a situaciones de angustia y malestar corporal, inquietud...etc. y, situaciones hipocondriacas; pero en estos males menores es el SER y el SABER lo que en definitiva matiza la intensidad de los sentimientos y su proyección en el perfil personal de cada uno hacia una progresión de la Razón y la Totalidad con lo Creado.



DESDE LA PLENITUD... CHUS. 


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