viernes, 6 de marzo de 2020


    Muchas veces las acciones que realizamos nos parecen fútiles, pasan por nuestro entorno y no les damos importancia, por eso no nos preocupamos de analizarlas y no miramos por partes la acción que la generó, y la mayoría de las veces nos sorprenderíamos de las consecuencias que las interacciones que a nosotros nos parecieron que carecía de importancia desarrollaron en los demás. 


   

      Destacar lo esencial, porque se lleva toda nuestra atención, va motivada por los sentimientos que despierta en el interior de cada uno sin apreciar lo que se despierta en los demás, pero… la mayoría de las veces lo que suele pasar desapercibido es el punto de partida para iniciar el conflicto entre las relaciones humanas, por el mero hecho de anteponer el “yo”  personal que forma parte innata de la persona como sinónimo de supremacía, y que se muestra por instinto ante la mayoría de los acontecimientos que motivan. Ese “yo” tan simple lo convertimos en tan singular que nos hace perder la identidad propia del nombre con el que se nos reconoce desde que se nace, haciendo que el nombre que nos denomina lo sustituyamos fácilmente por ese otro “yo”, el cual pronunciamos sin dudar continuamente porque nos conforma, pareciendo que por el mero hecho de pronunciarlo, nos sitúa en un reconocimiento ajeno por encima de cualquier opinión sin posibilidad de replica, haciendo que nos mostremos ante los demás con una falsa imagen que a nadie agrada, solo a nosotros mismos que reconocemos el reflejo de la imagen virtual como autentica, sin darnos cuenta que es un muro de limitaciones que desvía la luz del rayo directo del fiel que marca el equilibrio del bien que todos debemos buscar. 





OS QUIERE… CHUS.     





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