viernes, 13 de mayo de 2016




            Con la luminosidad que precede a la salida del Sol, el cuerpo se prepara para la actividad diaria recuperando el movimiento con las fuerzas renovadas y el espíritu dispuesto a poner en practica lo aprendido en la noche para recuperar el camino hacia el Bien.



            El espabilo del cuerpo trae consigo otras necesidades que reclaman la atención, desviando la consideración de aplicar el entendimiento aprendido con el reposo, olvidando de forma rápida satisfacer el deseo y petición del espíritu, que avisa para no caer de nuevo en los mismos errores que equivocaron el hacer del día anterior. Este hacer y deshacer entre el ocaso y la aurora, como si del mítico manto de Penelope se tratara, no deja de ser un engaño para los ojos del que no quiere ver, ni escuchar, ni olfatear para dejarse guiar, y mucho menos dejar de darse el gustazo de atender a la sin razón que tanto llama la atención para no realizar el Bien proyectado que con tanto tacto quiso recuperar el espíritu para que se cumpla la Norma en el Orden Creativo y todo quede en el equilibrio que corresponde a lo Creado y manifestado ante el hombre.





        Son indefinidos los amaneceres y anocheceres que el ser humano necesita para poder corregir las acciones equivocadas, y que cuerpo y espíritu puedan convivir con un acuerdo sin imposiciones por parte de ninguno porque al fin se consigue manifestar el Cristo Interno que tanto nos iguala a la Fuente de donde todo salió, y que nos identifica como Sus hijos merecedores de Su Amor.






OS QUIERO... LUZ. 




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